jueves, 13 de noviembre de 2008

Desde la celda de los condenados habla

¿Es nuestra la victoria de Obama?

(...)
Lo que también distingue a Obama de sus antecesores es que él no surgió de los
movimientos por los derechos civiles, la liberación negra, socialistas o anti guerra. (Él a menudo dice en sus discursos, “Yo no estoy en contra de todas las guerras, estoy en contra de las guerras tontas.”)
Y aunque sus detractores pueden tratar de pintarlo como un liberal de izquierda, esto no es precisamente cierto. En cuestiones tanto del extranjero como domésticas él estaría más cómodo en el Partido Republicano de su antecesor Edward Brooke de Massachusetts. Porque aunque él es de la raza negra por condición de su padre africano, cuidadosamente ha evadido los grupos políticos negros en su larga carrera hacia la Casa Blanca.
Él cuidadosamente ha evadido las demandas reales e históricas de la América Negra. De hecho, él trató de conducir una campaña “pos-racial” hasta que la Senadora Hillary R. Clinton (D-NY) y su esposo, el ex Presidente Bill, trajeron a colación la raza durante las primarias de febrero, tratando de encasillar su candidatura llamándole el “candidato negro.”
Esta primaria lastimó a Obama y mientras ganó delegados, perdió varios estados, como Ohio y Pennsylvania, que son necesarios para una victoria en noviembre. La política es el arte de hacer creer a la gente que tienen el poder, cuando en realidad no tienen ninguno.
Es la medida que dice cuan grave es la situación cuando ellos le han dado las llaves del reino a un hombre negro.
Como en muchas ciudades estadounidenses, se eligieron alcaldes de raza negra cuando las arcas estaban casi vacías y las bases de impuestos estaban casi tocando el fondo.
Con la base manufacturera de la nación algo que ya es historia, en medio de la ruina socioeconómica producto de la globalización y con los asuntos extranjeros en un estado de caos, la clase dominante busca un rostro lindo moreno para representar al imperio.

“El cambio de verdad en el que se puede creer” sería un fin al imperio, un fin a las guerras de avaricia corporativa, no simplemente un cambio en la tez de los gerentes políticos.

Ese cambio, me temo, está todavía por llegar. Leer nota completa.

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