viernes, 22 de agosto de 2008

La Rusia de Putin plantó bandera
por Leandro Leiva. Semanario HOY

El escenario mundial se recalentó bruscamente con la sangrienta invasión rusa a Georgia en el Cáucaso, una región estratégica por sus recursos petroleros, por ser lugar de paso desde las fuentes del crudo del Mar Caspio en Asia central hacia el Mar Negro y el Mediterráneo, y de allí a Europa; y por estar ubicada en el mismo “vientre” de Rusia. El alineamiento estratégico de los países caucásicos desvela a los imperialistas rusos, europeos y yanquis.

Una raya en el suelo
El “genocidio relámpago” provocado por los rusos quebró de entrada los probables planes del Pentágono de embarcar a Moscú en una larga guerra de desgaste contra fuerzas osetias de “liberación” sostenidas por Georgia y armadas por los yanquis en ese montañoso enclave.
Mijaíl Saakashvili –instalado en el gobierno georgiano por uno de los tantos “disturbios” estimulados por la CIA en el ex patio trasero ruso, y que colabora con el imperialismo yanqui con uno de los mayores contingentes en Irak– actuó con el guiño de Bush y de la OTAN.
La respuesta rusa fue inmediata y brutal. El presidente ruso Médvedev y el verdadero “poder detrás del trono” Putin se plantaron duro: después de soportar durante años la ofensiva yanqui y de la OTAN, no vacilaron un minuto en repetir el genocidio checheno invadiendo ahora el corazón de Georgia con su tremendo aparato militar desde dos frentes –Osetia del Norte y Abjasia–, y avanzando hasta la capital Tiflis.
Con su acción la dirigencia rusa marcó el terreno y envió una advertencia por elevación a Washington y la OTAN: “Hasta aquí”. Moscú ya no aceptará avances yanquis ni europeos en lo que considera su “área de influencia”, ni mucho menos “cercos” apoyados literalmente en sus fronteras. Si logra ocupar Osetia del Sur en forma permanente, dividirá prácticamente a Georgia en dos, imposibilitando el uso de esa república caucásica como portaaviones de “Occidente” y el uso de los oleoductos que transportan a través de Georgia el petróleo del Caspio a Europa. La Casa Blanca redobló su “mensaje” a Moscú firmando con Varsovia un acuerdo para instalar en Polonia cohetes interceptores, parte del “escudo anti-misiles” con que haría pie en Europa oriental. Pero casi al mismo tiempo, los mandos militares de Rusia advirtieron a los jefes europeos que Polonia pasaba a ser un blanco de los misiles nucleares rusos: “Polonia se convierte en el objetivo de un ataque de respuesta, y esos blancos son los primeros que deben ser exterminados”, dijo sin delicadezas el jefe adjunto del Estado Mayor de las fuerzas armadas rusas, general Alexander Nogovitsin, quien además recordó que la doctrina militar rusa le permite en esos casos emplear armas nucleares. Rusia ya no es la de hace una década y media, la que en los ’90, desintegrada como superpotencia, veía impotente a los yanquis y a la OTAN avanzar hasta sus propias puertas del Cáucaso, Ucrania y Asia central. A impulso de los altos precios de sus exportaciones de petróleo y gas se recompuso de la crisis y volvió por sus fueros.

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